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Introducción y conductas potenciadoras de la resiliencia

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En psicología, la resiliencia hace referencia a la capacidad de recuperarse sin secuelas de un evento estresante. Indica que se ha logrado una adaptación positiva, mostrando la habilidad para afrontar las tareas del desarrollo, típicas de una determinada etapa y cultura, a pesar del encuentro con experiencias de adversidad significativa (o incluso de carácter traumático). Además, en psicología se añade un paso más, el aprendizaje de la experiencia vivida.

 

La capacidad de resiliencia aparece en dos tipos de situaciones: durante las crisis evolutivas, son esperadas porque forman parte del ciclo vital; y durante las crisis no normativas, las cuales se presentan de forma inesperada.

Existen dos reacciones posibles en la persona hacia estas crisis. Una reacción positiva, resultado de una buena resiliencia, la cual implica la integración de los cambios, posibilitando así el crecimiento y la madurez del individuo; de lo contrario, una reacción perjudicial, caracterizada por el estancamiento e incluso retroceso en el desarrollo evolutivo de la persona.

Para evitar una reacción negativa, la persona debe gozar de una capacidad de resiliencia bien fundamentada y potenciada desde las primeras etapas de la vida.

 

La resiliencia varía en cada individuo, pero a su vez se puede fomentar y aumentar su rendimiento. Para conseguirlo, los niños deben tener una figura adulta capaz de darles el apoyo necesario y asentar las bases para que el bebé esté preparado a la hora de enfrentarse a cambios, característicos del proceso de crecimiento, o inesperados.

 

El pilar principal de la resiliencia es tener la capacidad de establecer relaciones sólidas con los demás. Como es de esperar, en las etapas iniciales, serán los padres (o cuidadores) en los que recaiga esta responsabilidad; protegiendo, estimulando al bebé, y ofreciendo lazos de apego seguros. ¡Ojo! esto no debe dar lugar a la sobreprotección.

Además, debemos considerar los elementos básicos de la resiliencia para favorecerlos conscientemente. Estos son: la calidez afectiva, el apoyo continuado y la disciplina. Lo contrario a esto es el maltrato infantil, tanto físico como psicológico, desde la negligencia hasta la violencia hacia el niño.

El adecuado asentamiento de estos elementos y un buen apego derivarán en un adulto resiliente, es decir, una persona que se conoce a sí misma, independiente, proactiva, y capaz de relativizar las diversas situaciones que se le presenten durante el ciclo vital.

 

Una vez entendido el concepto de resiliencia y sus componentes podemos adentrarnos en las posibilidades para potenciarla en los niños.

Existen factores protectores y factores potenciadores individuales, familiares y contextuales. A su vez, los contrarios a estos son factores de riesgo y factores depresores.

Los factores protectores hacen referencia a las características individuales, la situación familiar y el contexto del niño en el presente. Por ejemplo, la capacidad sociable del niño, el establecimiento de lazos afectivos estrechos por parte de la familia y relaciones positivas con el grupo de iguales en el contexto. Por el contrario, algunos ejemplos de factores de riesgo son: la baja autoestima del niño, una disciplina inconsistente o excesivamente severa en la familia y problemáticas sociales en la zona de residencia.

Dados estos factores, existen conductas que posibilitan la mejora o el empeoramiento de la resiliencia.

 

Para ayudar a los pequeños a estimular la resiliencia, estas son algunas de las conductas estimulantes: La realización de actividades placenteras (como paseos al Sol o hobbies), la comunicación entre los familiares y amistades, el contacto con la naturaleza (por ejemplo, la práctica de deporte al aire libre) y la ventilación emocional controlada (dejar que expresen sus sentimientos y emociones ofreciéndoles una escucha activa).

Sin embargo, debemos estar atentos a las conductas depresoras, estas pueden ser: el aislamiento y/o retraimiento social, la ventilación emocional incontrolada o continuada, la rumiación de ideas e inhibición de actividades placenteras.

 

Una adecuada resiliencia ayudará al niño a integrar los cambios del ciclo vital de forma positiva y creando un aprendizaje sobre estos. Se fortalecerá su capacidad de adaptación y la prevención de secuelas provocadas en situaciones estresantes.

 

Por tanto, y a modo de conclusión, todos podemos ser resilientes, se puede aprender y fortalecer. Es importante hacer mención de la importancia del autocuidado de los padres y cuidadores del niño para que estos puedan ayudar y satisfacer las necesidades de los hijos de forma positiva. Los padres deben satisfacer sus propias necesidades vitales antes de estimular las de sus hijos. Así, será más fácil influir en el bienestar y el desarrollo del niño.

 

Sofía Pomeroy, Psicóloga.

 

Referencias:

  • Curso Primeros auxilios psicológicos de la UAB.

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